martes, 28 de octubre de 2008

JORGE SOMBRA




LUNA MATALUNA

Procura que tu visión
de las cosas
sea tan amplia
que te alcance

–Buenas noches, don Roque. Vine hablar con usted porque tengo un asunto muy delicado que tratar. Unas cuantas veces lo quise encarar y, pa’ decirle la verdad, don Roque, no me animaba.
Ya son varios los meses que me voy en partidas, y a la final no me decido. Usted sabe cuánto lo respeto y lo aprecio. Y por eso lo he ensayao’ en muchas noches, no por miedo, porque usted sabe que soy tan hombre como usted, pero sí por respeto. Mi padre me decía que a las cosas hay que hablarlas de frente, de hombre a hombre; así, mirándolo a los ojos, como yo lo estoy mirando ahora.
Y usted es un hombre inteligente, tiene estudio, por algo es veterinario. Y yo sé que me va a saber escuchar, y me va a comprender en la encrucijada. Porque ahora sí, esta noche tomé coraje y le vine hablar.
Vez pasada, cuando le ayudé con esa yegua que tenía el potrillo atravesao’, yo pensé; esta es la ocasión pa’ hablarle, trabajamos codo a codo, casi sin hablarnos y yo le entendí todo lo que usted me indicó pa’ la parición. Pero lo vi tan metido en su oficio, que me dije: este no es el momento.
Otra vuelta cuando fuimos juntos a recorrer el campo, las alambradas, las aguadas. ¿Se acuerda? Usted me veía manejar la california en el torniquetero y un de repente me preguntó, así de sopetón, ¿andás noviando Antoñito? Ahí me tocó la llaga. Yo me dije: esta es mi oportunidad, pero hacía un ratito nomás usted me había estado contando, en confidencia, unos problemas que tenía con unos pagarés y la cosecha anterior que no había cobrado, que yo preferí no hablarle del asunto.
–Bueno, hablá, Antonio, desembuchá, me tenés intrigado.
–Es que no es fácil, don Roque, no es fácil. Pero usted me tiene que prometer que me va a escuchar, y si se enoja conmigo, no me vaya a querer matoniar, porque yo me voy a defender.
Porque ya hace diez años que trabajo con usted. Y es la única persona a quien le puedo contar lo que me pasa. Y además tengo la obligación de contárselo, por una gratitud que tengo con usted y con su familia.
Se lo tengo que decir, se lo tengo que decir y se lo tengo que decir yo. Pero a usted solo. Ni al cura pienso contarle.
–Está bien, decímelo de una vez, te escucho.
–Bueno, ahí va; se trata de doña Elvira, don Roque. Creo que estoy enamorado de ella. Cuando yo la veo me desespero, los ojos se me van pa’l lao’ que está ella, y la sigo disimulao’ pa’ que no se dé cuenta.
–¡Pero es mi mujer! ¡Es la mujer de tu patrón! ¡Es tu patrona! ¿Cómo te vas a enamorar de mi señora? Habiendo tantas mujeres en el pueblo o en las cabañas vecinas, solteras, sin compromiso, de tu edad. Mi mujer y yo te llevamos diez años, ¿cómo me podés hacer una cosa así, Antonio?
Cuando vos llegaste recién salido de la conscripción a buscar trabajo, yo, sin conocerte, te hice un lugar en la cabaña. ¿Y me pagás con eso, Antonio?
–No se sulfure, patrón, yo le dije que el asunto es delicado. Yo maliciaba que usted se iba a encocorar. Pero no me grite, porque si algo tengo de hombre es un montón de coraje que junté para contarle mi desgracia.
–Y, decime, ella ¿te dio alguna esperanza, alguna mirada, una señal?
–¡No, señor! Yo sólo le miro las ancas, las ancas le miro, nunca me animo a mirarle los ojos, por respeto, ¿vio? Su mujer es como una santa para mí, por eso me gusta.
–¿Y, qué más le mirás?
–No, yo le miro las ancas nomás.
–¡Te tenés que ir de acá! Mañana mismo a primera hora, te arreglo la cuenta, te me cargás la cama y este ropero con luna que te regalamos con mi mujer y te me mandás a mudar donde nunca más te vea.
–¡No, patrón! Estoy viendo en sus ojos el rojo del odio que me tiene. Y usted también tiene un cuchillo igual que el mío, así que esto lo arreglamos a lo hombre, así, de frente.

Final. A los tres días, después de aquella fatídica noche, fue encontrado el cuerpo sin vida de Antonio. El equipo forense informó: el cadáver presenta varios cortes en los brazos y una profunda herida en la muñeca por la que –aseguran– se desangró. El cuchillo aprisionado en la mano todavía, la luna del ropero hecha trizas, con rastros de sangre. Y una botella de ginebra acostada en el piso de la pieza con un resto de bebida.


JORGE SOMBRA (Vicente López, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1946). En 1983 abraza el Periodismo como una necesidad vital de expresión. Publica su primer libro en 2002, “La mujer de los gatos”, una selección de treinta y un cuentos escritos entre 1988 y 1997 que llegan a los lectores –según reza su prólogo– con la esperanza de provocar una reflexión. Se desempeñó como funcionario de la Dirección de Prensa de la Municipalidad de San Martín en el período 1999/2004 y en la actualidad es coordinador en la Dirección de Cultura de ese mismo organismo. También es coordinador del Taller de Iniciación Literaria de la Municipalidad de San Martín. Fue socio fundador de la Sociedad de Escritores de San Martín (SESAM) y forma parte de su actual Comisión Directiva. Escribe en el diario sanmartinense Contextos. Reside en General San Martín, Provincia de Buenos Aires.

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