martes, 28 de octubre de 2008

GABRIEL JACIW




MANIFESTACIÓN

Sí, me manifiesto creyente en él. Lo sé porque lo vi y hasta hablé con él.
Sucedió una mañana en aquel café de la esquina de Carrillo y Mitre. Entró con su acostumbrado y proverbial saludo (creo habérselo escuchado muchas veces, aunque nadie respondiera nunca), sombrero en mano, blandiendo el bastón cual si fuese una fusta, el “toscanito” entre los dientes y con una casi imperceptible sonrisa mientras me miraba fijo.
Se sentó a mi mesa y sin que mediara ceremonia alguna, me dijo: “¿Sabés por qué te hice venir?” (yo me pregunté de qué estaría hablando). Le contesté que había llegado ahí por mérito y voluntad propia. “Te equivocás –señaló–. Vos llegaste porque yo lo decidí, porque yo asumí que así fuera”, mientras miraba distraídamente a Jorge y Adolfo, que vaya a saber lo que estaban pergeñando. No sin sorpresa ante tal absurdo le comenté sobre mi incredulidad, “Mirá –indicó–, puedo hacerte vivir en plena dictadura militar”, mientras me hacía ver como pasaban tanques destruyendo con sus orugas la ya derruida calle sanmartinense. “O puedo trasladarte a plena época de la Segunda Guerra…”, en tanto me mostraba como Churchill le pedía al barman el tercer whisky.
Mis ojos no podían dar crédito a lo que veían, era temprano y mi cerebro no estaba más intoxicado que de costumbre; es decir, la nicotina y cafeína de esas horas junto al smog producido por el tropel mecanizado e irascible de la mañana. No, no había consumido nada raro, ni siquiera de esos hongos que, como se anda diciendo ahora, consumían los antiguos profetas. No, no, lejos estaba de tal costumbre chamánica.
“…Puedo hacerte hombre o mujer”, siguió, mientras me hacía sentir cosas acordes al género que nombraba. “Puedo hacerte adolescente, o viejo”. Y así fue que al cabo sentí en primer término una oleada hormonal y luego los más terribles dolores de huesos. “¿Me creés?”, me preguntó. “¿Querés mas pruebas?”, inquirió, al tiempo que saludaba con un gesto a Edgard que debatía con fiereza con Arthur sobre no sé qué métodos aplicados.Ante las evidencias no me quedó otro remedio que tener que admitir la veracidad de sus dichos, “Sí –le dije–, creo en vos, ¿pero tengo que postrarme y pedir perdón por no haberlo hecho en toda mi vida?” “No –me contestó–, sólo para esto te hice venir, para demostrarte mi existencia, no para que te postraras ni mostrases arrepentimiento; solo para sacarte de la confusión”. “Pero si sos Dios, ¿no debería adorarte?” –le pregunté. “¿Ves a lo que me refiero cuando digo confusión?”, me recriminó al tiempo que se paraba y se montaba en una alfombra mágica. Y agregó: “No soy Dios, soy tu autor”.



GABRIEL JACIW (Florida, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1960). Técnico dental, especializado en ortodoncia. Ex dictante de cursos sobre la confección de aparatología correctiva y aditamentos en la Sociedad de Protesistas Dentales – Zona Oeste, colaborador en la redacción de la reglamentación estatuaria, ex columnista de opinión de la revista del grupo “Jerarquía” de esa misma institución. Asistente al Taller Literario Abierto SESAM, coordinado por Agustín Romano e Isabel Llorca. Miembro de la Comisión Directiva de la SESAM y Secretario de su web. Asistió al seminario “El relato y su monitoreo” dictado por Agustín Romano.


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