jueves, 15 de enero de 2009

SERGIO BONOMO


LA MOROCHA


Felipe y la morocha jamás se amaron en ninguna parte.
Ellos sólo comparten bares y ginebras y madrugadas llenas de humo e invierno.
A la Morocha le gusta escuchar las desventuras de Felipe: sus heroicas escapatorias a la muerte de cada noche. Felipe tiene una especie de delirio de persecución e imagina que la muerte lo aguarda en cada esquina; también le cuenta sus desdichas de tiempos idos y lejanos, cuando él era un joven solitario y apuesto que andaba por las barriadas festejando a las muchachas.
Felipe se sonríe con dulzura cuando la Morocha le cuenta de sus amores nocturnos de antaño. Amores efímeros de sus noches de mucho andar y de mucho amar; amores baratos de caricias ajenas; amores que la Morocha practicaba siempre pensando en hombres que no eran los que en ese momento se enredaban en sus brazos.
La Morocha amaba con el corazón y con la piel y con todo el aliento de su ser fogoso. Pero sus amores duraban lo que una lluvia en verano.
Jamás cobraba sus servicios si el cliente era un muchacho pobre, o triste, porque pensaba que su oficio debía tener un fin solidario, y hasta didáctico y pedagógico.
Todos aquellos que fuimos adolescentes en los años ochenta y vivíamos en San Martín hemos descansado nuestra cabeza en su regazo, aspirado el aroma a jazmín que manaba de su cabellera de azabache y le hemos contado nuestros tempranos sueños.
Ella nos acariciaba la cabeza entre divertida y burlona, y nos escuchaba con irónica solemnidad.
Hacíamos fila a su puerta de la calle Perdriel , ansiosos y felices, fumando unos cigarrillos nerviosos, y nos marchábamos de su casa impregnados del perfume de sus sábanas de satén y con la certeza definitiva y absoluta de que éramos inmortales.
Felipe la quería con el alma, ya desde aquel tiempo.
Después de que las filas de muchachos terminaban de saciar sus urgencias, él entraba en la pieza de la Morocha, calentaba la pava para el mate, y se quedaban los dos conversando bajito, de cualquier cosa, hasta que el sol reverberaba en los vidrios de la ventana.
Se cuenta que una madrugada, después de una larga y agotadora jornada de trabajo sexual –la Morocha se había pasado decenas de tipos– Felipe la encontró en la cama, llorando desnuda, con la cabeza metida debajo de la almohada.
El revoltijo negro de su pelo asomaba como una sombra y contrastaba con el inmaculado blanco de la funda almidonada.
La Morocha lloraba sin consuelo toda su callada tristeza.
¡Quién sabe, nunca nadie supo qué dolores la mordían, qué tajos de amargura atravesaban el alma de ese cuerpo con qué todos soñábamos!
Nosotros, los pibes de entonces, nada sabíamos de sus penas y es probable que esas penas poco nos importaran. Su soledad nos era ajena en aquel tiempo, como la muerte también nos era ajena. De la Morocha buscábamos tan sólo marearnos con su aliento feroz y dulce y perdernos para siempre en el vértigo que nos provocaba su mirada.
Felipe aquella madrugada la observó largamente, desde la puerta fumaba y la miraba en silencio.
Ella no comprendió del todo o no estaba acostumbrada a comprender; secó sus lágrimas en las sábanas de satén y con un gesto triste lo convidó a acercarse, a tenderse a su lado.
Felipe la abrazó, pero su abrazo era distinto a todos los abrazos que la Morocha había tenido a lo largo de su vida. Felipe ya era un hombre hecho y derecho, él ya había aprendido de memoria ese sutil lenguaje que no necesita de palabras.
Entonces la Morocha entendió.
Así se quedaron largo rato, él abrazándola con ternura y ella apoyada en él, sin hablarse.
Luego ocurrió la magia: con la última oscuridad que se escapaba por la ventana, atravesada por el rayo anaranjado que pugnaba por nacer, Felipe la fue vistiendo dulcemente; la fue reconociendo mujer en la postrera oscuridad, a medida que la vestía, y cuanto más la vestía, cuanto mas la cubría de blusas y corpiños y bombachas con encaje, más “ella” se le antojaba.
Felipe la fue inventando despacio, la fue armando hembra poco a poco, con sus manos, con las yemas de los dedos, con el aliento a tabaco que se mezclaba con todos los alientos de todos los tipos que habían dejado clavado en ella su deseo, y así hasta completarla entera, hasta que fue la Morocha solamente para él.
Desde entonces andan así los dos, por las calles de San Martín, sorbiendo raros brebajes en los bares cercanos a la plaza, con los ojos clavados en los húmedos ventanales que miran ciegos las veredas tranquilas, quizá tratando de encontrar una esperanza que se les escapó.
A veces salen a caminar por Ayacucho en las noches de luna y él le pasa su brazo sobre los hombros y le habla al oído de cosas que nadie sabe, y entonces ella se sonríe.
O de repente, ambos se echan a reír estrepitosamente, sin ninguna razón, y el rostro se les ilumina y parece como si fueran novios.
Aunque, se sabe, Felipe y la Morocha jamás se amaron en ninguna parte.


SERGIO BONOMO (Villa Zagala, Gral. San Martín, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1966) Narrador, poeta. Actualmente resido en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Comencé mis primeros pasos en este oficio de la escritura allá por 1987, en el mítico taller” Rodolfo Walsh”, que dirigía el escritor don Élido Di Serio
Tengo publicado un libro de poemas “Aguas Servidas”, Buenos Aires, ImagenArte, 1993. Integré esta editorial y el staff de la revista literaria "Contrahabla" que dirigía el escritor y editor Jorge Prado Roo. Actualmente colabora con la editorial “3x1”
Actualmente realizo espectáculos de narración oral de cuentos.
He obtenido el premio “Autor Local” del Primer Certamen Nacional de Cuento “San Martín 2008” de la Municipalidad de Gral. San Martín.
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ALFRED HOPKINS






SOY UNA HOJA BLANCA

Soy una hoja blanca, vacía, pura: soy díos.
Soy tu amor, tu rabia, tu ausencia.
Soy hombre, soy mujer, luz y oscuridad.
Soy memoria, olvido, historia: soy díos.
Blanco sobre blanco escribo apenas llorando,
sin forma, con forma, más allá de ella, sin tiempo,
en la oscura luz ámbar de tu memoria madrugada,
escribo amando y odiando, sobre mis hojas respirando.

Con mis dedos grabo el verde viento de tu vientre,
grito solo y sola en la noche, seduciendo
mis sueños, los tuyos,
sobre las gastadas hojas recorro.
Soy el fragor del fragante aire orgiástico de ejercitaciones nocturnas.
Soy eco propio y solitario resonando mi voz en mi tumba.
Soy el canto del cisne, soy grito prolongado recién nacido.
Soy casa sin inquilino albergando exóticos placeres,
Soy lobo estepario, bestia ruda salida de mi tumba.

Trazo cuerpo mediante los espacios de nuestro tiempo,
en líneas verticales, horizontales, circulares, cruzadas;
explosiones, estallidos, erupciones, llamas amorosas:
vivo, lucho, amo, muero y escribo a destiempo.
Soy una hoja blanca, pura: soy comienzo y fin.
Soy el amante de tu amante, soy poesía olvidada;
Soy destructor de cuentos, apuntador de actores muertos en escena.
Soy tu hoja blanca, pura, imaginándote eternamente, sin fin.



ALFRED HOPKINS (Los Angeles, California, Estados Unidos). Desde 1975 reside en Buenos Aires, Argentina. Narrador, poeta. Periodista. Actor. Profesor de teatro y narración oral en el Instituto Superior en Lenguas Vivas "J.R.Fernández". Recibió el B.A. en periodismo y ciencias sociales de la Universidad de California en Berkeley, E.U.A. Trabajó varios años en diarios norteamericanos (Casper Morning Star, Lockport Sun and Journal, York Gazette and Daily), luego durante varios años como corresponsal independiente en América Latina. Estudió teatro con Toni Barquet y Ricardo Bartis. Ha participado en varios espectáculos unipersonales en inglés o español: Hamlet (Shakespeare), El corazón delator (Poe), canciones de amor, un show de radio, entre otros. Hamlet ha sido representado con notable éxito en La noche de la cultura, organizada en septiembre de 2008 por la SESAM y la Red de Bibliotecas Populares de Gral. San Martín. Ha sido invitado especial del CAFÉ LITERARIO SESAM.

Publicaciones:
Abriendo puertas, cerrando ventanas (cuentos).
Tea for Two, a Tale for you (libro de cuentos en inglés que publicó junto con Alicia Ramasco).
Varios de sus cuentos han sido incluidos en colecciones.

Dirige la revista blog
http://jaquematepress.blogia.com

alfshopkins@yahoo.com.ar


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sábado, 10 de enero de 2009

GUILLERMO GUADAGNO.


COMO LA VIDA MISMA

Al descubrir tu perfección, comencé a disfrutar de mis errores.

Trata siempre de disfrutar el presente; demasiado tarde, ya es pasado.

Si la obra de teatro ya no te sorprende, es hora de que mires detrás del telón.

Despiértenme cuando el sueño haya concluido.

Despiértenme cuando el laberinto abra sus puertas.

Si el camino no lleva a lo inexplicable es hora de modificar el rumbo.

Si tuvieras el coraje de amar serias más feliz.

No pierdas la oportunidad de gritar cuando el entorno abra sus puertas.

La arrogante perfección distrae la esencia.



GUILLERMO GUADAGNO.
Seminarios de SESAM y la Municipalidad de General San Martín: “El relato y su monitoreo”, a cargo de Agustín Romano y “Técnicas narrativas”, a cargo de Eduardo Jorge Arcuri Márquez (2007). Participa del Taller Literario SESAM, coordinado por Agustín Romano e Isabel Llorca Bosco. Es socio de SESAM.
Estudios extracurriculares de filosofía y primer año de la Carrera de Psicología.

Guillermo Guadagno.
EUS-IBM Customer Service Center

guadagno@ar.ibm.com

ANA GELFMAN



"El Tango en Mendoza pretende rescatar tiempos, historia y cultura.
Evitar, por falta de cuidado intelectual, la erosión de agentes externos.
Hacer que lo vivido, base de sustentación de lo que somos, no se disemine igual que los polvos de los vientos que suelen surcar el área de esta zona.
Nos erigimos en seguidores de este género en un terreno árido, envejecido y agotado en una inocente fiesta de terca música, eco de tangos llegados desde el puerto.
La ciudad habla mejor que nosotros cuando es cuna y naturaleza y es soporte del paso de artistas lujosamente nuestros.
Las calles de tierra y de adoquines fotografían lo abierto y popular, características propias que dan forma a esta evocativa energía creadora."
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(De El tango en Mendoza, 2008)
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ANA GELFMAN (Santa Fe, Pcia. de Santa Fe, Argentina). Vivió en las provincias de Córdoba y Mendoza. Luego residió doce años en Gral. San Martín, Provincia de Buenos Aires; en la actualidad, nuevamente en Mendoza. Ensayista. Actriz dedicada a la interpretación poética. Química farmacéutica.
Ha publicado “El Tango en Mendoza”, en colaboración con su marido, el poeta Jaime Gelfman. Este ensayo ha sido declarado de Interés por la Honorable Cámara de Diputados de Mendoza y de Interés Cultural por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Mendoza. En los fundamentos de la Resolución, la Cámara advierte "este trabajo se convertirá en un valioso material de estudio y análisis para toda la comunidad, y en especial para nuestras generaciones venideras, ya que es importante que se conozca y se difunda lo que culturalmente se gesta y produce en nuestra provincia".
Ana Gelfman empezó su actividad como actriz en Córdoba, donde actuó en distintas salas y en radio. Radicada en Mendoza, siguió sus actuaciones y en Buenos Aires realizó cursos de perfeccionamiento con la profesora Lilia Roberti, de cuyo Instituto egresó con la distinción del “Premio Instituto”. Obtuvo el Primer Puesto en el Rubro Poemas Tangueros en el certamen organizado por la Facultad de Derecho de la UBA. Recibió mención en el quincenario “La Palabra” de Gral. San Martín. Realizó recitales en distintas salas de Mendoza, Buenos Aires y Gral. San Martín, donde realizó uno dedicado a los escritores sanmartinenses.. Hizo presentaciones de libros, autores y prologó libros, condujo homenajes a distintas personalidades. En la Feria del Libro de Mendoza presentó recitales sobre poetas mendocinos. En esta provincia continúa ofreciendo recitales. Ha sido jurado del Primer Certamen Nacional de Poesía de SESAM y es socia honoraria de esta institución...

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BEATRIZ MARTINELLI

Próximamente se incorporarán foto, datos y algunas obras de esta autora.

JAIME CABRERA



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CUANDO SE ACABÓ EL MUNDO
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El sol se mantenía en su sitio, aunque perdiendo poco a poco la plenitud. Su contorno se deformaba y, en parte, se desvanecía; su imagen se borraba por momentos y volvía a aparecer, más desfigurada aún, aunque la luminosidad se mantuviera. Más tarde, la misma luz comenzó a disminuir de intensidad...
Los sonidos se empastaban y perdían volumen. Se oían lejanos, como a través de un filtro esponjoso.
El fin estaba cerca, muy cerca. El mundo se apartaba de la fuente de su vida. En la naciente tarde ciudadana, las sombras comenzaron a invadir todo, mientras el silencio luchaba por imponerse.
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En un momento dado el combate terminó...
Se acabó la resistencia, el humano espíritu de rebelión, la rabia ante la injusticia... La oscuridad y el mutismo se adueñaron de todo... La fuerza, la vida, la esperanza... todo quedó de rodillas.
La última en desaparecer fue la voluntad: finalmente al pequeño se le cerraron los ojos y se durmió. Había comenzado su siesta habitual...
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PAISAJE ANDINO
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La nevisca vuela fuera de control: su libertad se enseñorea en la soledad montañosa. El frío fija la imagen en un resplandor sin finalidad: una leve fantasía cristaliza en el silencio.
Sobre la ladera, en lo escarpado de su altura, el nido del cóndor apenas se vislumbra.
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JAIME CABRERA (Buenos Aires, Argentina, 1940). Profesional de Sistemas de Información y profesor universitario de la especialidad, ha trabajado, entre otros aspectos, con la palabra y la comunicación en sus versiones técnica y didáctica. Es autor de varios trabajos específicos sobre sus temas y del tratado “Profesión: SISTEMAS”.
Desde el año 2004 se volcó de lleno a la literatura, en la cual cultiva diversos géneros, tanto narrativa como poesía. Ha participado en la Agrupación Literaria “¿Te cuento...?” y en el programa radial “Literata”, como miembro de su mesa de transmisión y autor de trabajos (Radio Apuntes - FM 98.9 - Santos Lugares).
Ha obtenido premios en concursos nacionales y locales. "Cuando se acabó el mundo" fue finalista en el I Certamen Internacional de Cuento “Jorge Luis Borges - 2007" de la REVISTA SESAM. Es socio de esta institución.
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jcabrera40@hotmail.com
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SILVIA LONG-OHNI

Próximamente se incorporarán foto, datos y algunas obras de esta autora.

FERNANDO SÁNCHEZ ZINNY

Próximamente se incorporarán foto, datos y algunas obras de este autor.

JOSÉ MARTÍN VARGAS

Próximamente se incorporarán foto, datos y algunas obras de este autor.

CARLOS LEANZA

Al alba llegó despacio,
volcó en el suelo las lágrimas
y agitó las manos en el viento.
Miró con ojos ciegos, gritó con la voz muda
y sintió la vida con la muerte.
Murió despierto con palabras.
Rechazó su duelo ardiente
y lloró su crepúsculo con sangre
porque supo de Dios y de su ausencia.
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No poder tocarte
en la sombra de las horas.
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No poder oír
tu eco en cada límite de un día.
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No poder besar
el mar en tu cuerpo adormecido.
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No poder sentir
el aroma ausente de tus pasos vacilantes.
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No poder verte
en el recuerdo distante de las horas.
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Este sería uno de los infiernos
que existen en el alma.
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De ese tormento podría huir…
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Pero si en algún tiempo,
en algún conciliábulo de dioses,
el más perverso de ellos
me mostrara
el misterio de tu alma.
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Sí,
éste sería el fin,
y mi locura.
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CARLOS LEANZA. (Ciudad de Buenos Aires, 1951). Poeta. Ha publicado en El Despertador, periódico de Pilar, Provincia de Buenos Aires.
Como lector ahora está volcado a la literatura negra, pero siempre volviendo una y otra vez a Borges. Respecto de Borges dice que agradece haber nacido en la Argentina por eso de poder leer su poesía sin traducción alguna.
Ha realizado más de un curso sobre “El universo simbólico de Borges”, a cargo de Agustín Romano y taller de poesía coordinado por Isabel Llorca Bosco.
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MARÍA ROSA LOJO



FUEGUITO

La mujer tenía un fueguito en un lugar tradicional, común, de utilidades varias.
Lo usó para devorar.
Lo usó para guardar.
Lo usó para envolver con seda roja la fuerza de un hombre.
Lo usó para parir.
Lo usó para reírse con sonrisa de noche.
La mujer ha muerto, como todos los animales muy viejos. Está enterrada en un campo chico, donde duermen caballos bajo un cielo sin luces.
Pero un fueguito sobrevuela la noche de caballos dormidos.
Dicen que es la luz en pena de las ánimas.
Dicen que acaso es el alma de la mujer.
Pero solamente es el fueguito aquél, el del lugar común, tan fuerte como un alma, que alumbra, y alumbra.

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SEMEJANZAS

Como un salto de animales por la rueda de fuego, como una caminata mortal sobre una cuerda de viento, en equilibrio sobre una tierra cortada, en puntas de pie sobre un cuchillo de hielo que se va deshaciendo a cada paso.
Así, el poema.

(Del libro Esperan la mañana verde)



OJOS EN RACIMO

Mucho ven los ojos del que mira desde aquí. Lo que hay fuera, y lo que hay dentro de los hombres, ven. Las cosas con que se acompañan y las que les seguirán cuando ellos mueran. Ven la fatiga del cuerpo y el trabajo de la memoria, la mansedumbre de quien nada espera y por eso escribe, para no sentir que el tiempo pasa y rueda, ya son deseos, vacío.
Leer no sé las marcas que hace el viejo sobre el papel, tardo y prolijo, como si trabajara un tiento. Pero leo su cara. En la cara un tajo profundo llega desde la frente a la mandíbula; los ojos se le mueven sin fijarse en ninguna parte, desviados del centro del corazón, porque así –dicen– aprende a separar la mirada de su pensamiento el que ha vivido en el desierto, al acecho.
Desierto llaman ellos, los wincas, al mismo lugar que llamamos nosotros Mamuelmapú, el país del monte. Pasto y leña hay, algarrobos que dan fruto; el chañar y el caldén; sal para el caballo y el hombre, aguadas dulces donde la luna se hunde. Cantos y danzas hay, cultrunes y pifilkas y el taiel que sólo cantan las mujeres, para que no olvidemos que somos animales sagrados, sol y luna, piedra y tormenta, para que no perdamos el hilo de los linajes. Desierto lo llaman porque allí vivimos nosotros, la gente de la tierra, los que brotamos del suelo salitroso creciendo hacia el Oriente. Pasamos como el huracán sobre sus casas levantadas en la arena, alzando la hacienda y las mujeres y los hijos que no saben cuidar, porque también los han puesto sin amarras sobre el polvo que vuela. Pasamos y sólo somos viento y furia. No tenemos para sus ojos cara ni manos. Nos oyen desgarrados en un largo grito que viene desde mundos más antiguos que el suyo.
Él fue uno de nosotros, el hombre que escribe. Durmió a mi lado en el toldo, comió la comida preparada por mi mujer principal, bebió del mismo cuerno el aguardiente y la chicha. Él sabía que el desierto estaba lleno; él conocía el sabor de los pastos y el rumbo de los caminos secretos. Él estaba seguro bajo el Pillán que cabalga por la tierra azul, por la tierra de arriba y que los winkas llaman el trueno.
Pero no le daba paz su corazón dividido, aunque se hubieran mezclado nuestras sangres, y se creía solo cuando ensillaba el mejor caballo y avanzaba en la laguna para subir luego hasta lo alto del médano que le mostraba el paisaje de su pueblo. Y allí cantaba en nuestra lengua, la lengua de la tierra, hasta que se quedaba dormido y el padre Sol desaparecía en el reino del Oeste, alumbrando las almas de los muertos.
Él ocultaba la mitad de su corazón, pero sin malevolencia, así lo hacía como el sol se oculta, porque no puede vivir siempre del lado de este mundo que vemos. Él también entraba como entra el sol, en un país de muertos. No eran sino alwe, fantasmas, los seres y las cosas del pasado que veía en el médano. O él era el fantasma, el muerto en vida, para la madre y el hermano y las hermanas que habitaban del otro lado del Mamuelmapú, creyendo en el amparo de sus casas de arena.
Lo quise bien desde que llegó al toldo de mi padre, Yanquetruz, y bebió la chicha ritual jurando ayuda y amistad a cambio de asilo. Pero no pedía venganza y eso me gustó. La venganza socava la fuerza de los hombres como el río salido de madre carcome la pulpa y los huesos de la tierra. Se quedó entre nosotros, esperando en silencio, y en la primera invasión pedí su compañía. De aquí en adelante fue uno entre los nuestros, y cuando entró Rosas, para todos enemigo, sufrió la suerte común de la desdicha. Mis hermanos empezaron a morir, Rulco y Pailla los primeros, y él fue para mi padre otro hijo, y fue más para mí que los hermanos perdidos.
Con la derrota llegaron la enfermedad y el hambre de los que huyen, sin ganados ni sementeras. Él cayó inmóvil, durante meses, y quitamos el alimento de la boca de nuestros hijos para dárselo, y nuestras mujeres lo curaron con hierbas. También Yanquetruz, mi padre, enfermó luego, y él fue entonces su amparo y cabecera.
Nuestra historia se tejía con cuerpos abiertos bajo el sable o las lanzas, paralizados por el mal de los winkas, quemados por la fiebre. En aquel tiempo te cruzaron la cara con esa misma herida que te tiembla en el temblor de la boca cuando escribes y miras hacia la ventana donde no puedes verme aunque yo te vea. Llegaste tendido sobre el caballo, apenas sustentado por un niño.
Mi padre había muerto y yo estaba lejos, del otro lado de las grandes montañas, buscando refuerzos. Supe que socorriste a la familia dispersa, supe que anduviste cerca de los campos del Cuero, sin poncho ni bota de potro, sin la faja de colores del rico telar, ni sombrero con que tapar la cabeza, cubierto con un cuero de caballo entre las espinas del invierno. Lo supe todo porque te soñé. Soñé tu miseria y soñé también que otra vez nos veríamos sobre la tierra en los chañares del país del monte.
Y nos vimos y compartimos el botín de las campañas como antes habíamos compartido la desgracia. Pero nos faltaba afrontar la sospecha y temer uno de otro la traición. Celaban nuestra amistad, te envidiaban, porque siendo winka te habías hecho cacique. Rosas les puso la ocasión en el camino con falsas delaciones que te acusaban, y yo te enfrenté con ellas. Pero nada consiguió que dejaras de ser quien eras para mí. No sólo porque negaste todo, con el habla de quien dice la verdad, poniendo en línea recta la mirada, la voz y el corazón; no sólo por el valor, Lautramaiñ, que te mantuvo armado en tu propio toldo, esperando la muerte, cuando cualquier otro hubiera huido, no sólo por el llanto de las mujeres, que nunca fueron tus esclavas sino tus amigas. No te hubiera matado porque eras mi hermano que me asignó mi padre a la hora de morir y ni siquiera la traición hubiera podido desatar aquellos vínculos.
Pero vos eras cada vez más ajeno en el país del monte. Ni la riqueza ni el poder ni el cariño te retuvieron cuando se acabaron los días de Rosas y te llamaron los tuyos. Allí te fuiste, para conocer la desilusión y el recuerdo irreparable de lo que no vuelve, para que te llamaran traidor a tus espaldas y tus paisanos se acordasen de los malones que acompañaste más que de las causas por las que te fuiste.
Veinte años tuyos, Lautramaiñ, se quedaron latiendo en la mapú, veinte años de indio que ya no te perdonarán tus wincas porque para ellos sos más indio que cristiano, y ni siquiera en la cara, en el modo de hablar o caminar, te distinguen de nosotros. Pero supieron usarte bien. Fuiste el mejor intermediario, el mejor jefe de fronteras. Nos querías y te queríamos, confiábamos en vos. Nuestros hijos –así lo decías– se criaron con los tuyos, uno de los míos fue tu ahijado, y entre indios o cristianos lleva siempre tu nombre. No nos faltaste, Lautramaiñ, pero la paz que te mandan a negociar es sólo una demora de la agonía. Coliqueo, tu suegro, ya lo entiende antes que los otros, prefiere hacerse asignar tierras ahora, tener iglesia y vivir como winka.
Lautramaiñ, nos estás entregando sin darte cuenta. Hoy adelantan un paso la frontera, mañana otro. Les dirás todo a los que llegan a matar a los míos, aunque no sabés todavía de qué manera feroz han de matarlos –hombres, mujeres y niños– para que el desierto les quede, de verdad, vacío. Al coronel rubio y astuto que te pidió como baqueano –ese Roca que vencerá a Curá, la piedra– vas a revelarle nuestras costumbres y las aguadas y los caminos del monte y la cantidad de nuestros hombres, y las mañas del combate. Y sin embargo nunca habrás de ser winka otra vez enteramente. Ni siquiera ahora, cuando estás escribiendo para ellos tu vida en el papel, para que esa vida valiente quede en la memoria de los tuyos –una memoria tan floja que necesita de papeles y no es capaz de guardar en el oído la voz de lo que fue, siglo tras siglo–. Vos pronto habrás de irte, como yo, al país donde el Sol del Oeste ilumina la cara de los muertos. Y no sé si te irás como Manuel Baigorria, el coronel unitario, el gaucho de San Luis, o como Lautramaiñ, el cóndor chico, mi compadre, mi amigo. Porque ahora sí me estás viendo, posado sobre el revés de tu mano que escribe y no vas a matarme como lo haría un winka. Me mirás profundamente mientras una sola lágrima difícil te va mojando la herida seca, antigua. Me mirás a mí, el pullomen, la mosca azul donde vuelven las almas de los guerreros, como si supieras que es Pichún, tu hermano, el hijo de Yanquetruz, quien te habla desde mis ojos en racimo.


(El Francotirador Literario, noviembre 1993)



MARÍA ROSA LOJO (Castelar, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1954) Narradora, ensayista, poeta. Doctora en Letras. Investigadora del CONICET y profesora del doctorado en la Universidad del Salvador. Colaboradora permanente del suplemento literario de La Nación. Ha sido jurado del primer certamen nacional de novela “Municipalidad de General San Martín)” 2006. Ha presentado su último libro en San Martín, en un acto organizado por SESAM (1-12-2007).

Obras publicadas:
Novelas: Finisterre (2005), Las libres del Sur, Una mujer de fin de siglo, La Princesa Federal.
Editorial Planeta. Cuarta edición. 1998. Argentina.
Ediciones Planeta de Bolsillo. 1998. Buenos Aires. Argentina.
Editorial Planeta. Colección grandes éxitos de la novela histórica. 1999,. España.
La Pasión de los Nómades, Canción perdida en Buenos Aires al Oeste (1987).
Cuentos: Cuerpos resplandecientes. Santos populares argentinos (2007), Amores insólitos de nuestra historia, Historias ocultas de la Recoleta, Marginales (1985).
Ensayos: Edición académica de Lucía Miranda, de Eduarda Mansilla, por María Rosa Lojo y equipo (2007), Sábato: en busca del original perdido, El Símbolo: Poéticas, Teorías, Metatextos, Cuentistas Argentinos de Fin de Siglo, Tomos I y II – Estudio Preliminar, Editorial Vinciguerra. 1997, Argentina, La “barbarie” en la narrativa argentina siglo XIX (1994 ).
Poesía: Esperan la mañana verde (1998), Forma oculta del mundo, Visiones (1984).
Textos suyos han sido traducidos al inglés, al alemán, al francés y al gallego.
Se han escrito numerosos ensayos sobre su obra.

Distinciones:
Primer Premio de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires (jurado integrado por Olga Orozco, Alberto Girri y José Isaacson), Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985) y en novela (1986), Primer Premio de Poesía “Doctor Alfredo Ruggiano” (1990), Primer Premio Municipal de Buenos Aires “Eduardo Mallea” en novela y cuento, Premio Internacional del Instituto Literario y Cultural Hispánico de California (1999), Premio Konex a las Letras 1004/2003) y Premio Nacional “Esteban Echeverría” (2004).

http://www.mariarosalojo.com.ar

GRACIELA MATURO


(Foto: Jaime Gelbstein)





(FRAGMENTOS)
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El ruiseñor cantó en la noche
ciego.
Frío lo halló la alondra en el amanecer.
Desencuentro de los amantes,
la alondra y el ruiseñor cantan unidos
en una aurora nueva.



(Cuando niña quería escribir un poema
para poner la palabra abedul
o acaso jacarandá, jacinto, lilas.
Luego supe que la poesía
corre bajo la piel como una sangre oscura.
Sentí que era una espera del don,
una corona de música en el alba,
una dádiva, un sacrificio.)
Elegí el incendio de las palabras
para alumbrar
una caverna de silencio.



Todo lo que hemos amado permanece.
No morirán las palabras temblorosas
ni el aire que susurra entre los álamos.
El fulgor de unos ojos,
la pura nota de un violín.
Y el sol que se demoraba entre nubes moradas
desde las barrancas del parque, en Paraná.



Dueña del silencio
de sus pasadizos solitarios
sombríos
inundados
de abejas encantadas.
Empecé un diálogo con el viento.
Supe escuchar su voz enronquecida
de pasión y memoria.
Olvidé las palabras
sólo quedó el silencio

hecho de música y poderío.


En algún momento este jardín se reveló
como un lugar de destierro.
Empezaste a soñar con un amanecer absoluto,
con un día sin muerte.

El alma era una orquídea sin raíces
enredada en los muros del jardín.
Abandoné mis torres
para mezclarme con otros náufragos
hasta que comprendí
que sólo podía darles
una moneda de sangre
una mortaja
tejidas con las hebras de mi propio
corazón.

En la caverna del pecho nació un pájaro.
En el silencio de las grandes ruedas
que mueven los días y las noches
se oyó un canto solitario, tenue.
Sonaba en las albas iluminadas
o en la impiedad de desiertos dolorosos.
Pájaro auroral
ascua viva
corona de los días.

Dejadme amigos míos
en el vivir y el desvivir
dejadme entrar en la fogosa interioridad del bosque
donde residen los leones de la noche
y despertar en las auroras con jacintos azules
y ruido de mar en mis oídos.
Durar en el jardín
beber en el arroyo frío
entre piedras de musgo amarillento;
mis ojos han sido destruidos
y han vuelto a nacer con luz propia.
Ellos me llevan ahora
entre nubes ingrávidas.
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de “Navegación de altura”, Buenos Aires, Último Reino, 2004.
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GRACIELA MATURO. Nació en Santa Fe, Argentina. Es doctora en Letras y ha sido docente en las Universidades de Cuyo, de El Salvador, de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina. Profesora invitada en España, Italia y República Checa. Investigadora Principal del CONICET. Se ha dedicado a estudios de teoría literaria y literaturas iberoamericana y argentina. Fundadora del Centro de Estudios Latinoamericanos (1970). Muchas veces distinguida, recibió el premio del Fondo Nacional de las Artes por su ensayo "Marechal, el camino de la belleza" (1998). Su primer libro, "Poemas" (1959), la ubica en la generación del “50”, si bien ella confiesa tener mayor afinidad con los cuarentistas. Algunos libros de poesía: "El viento hecho de pájaros" (1961), "El mar que en mí resuena" (1966), "El mar se llama ahora con tu nombre" (1993), "Cantos de Orfeo y Eurídice" (1996), "Memoria del transmundo" (1999), "Los trabajos de Orfeo" (ensayos, 2008).
Ha sido colaboradora de REVISTA SESAM (Nº 45). En 2008 dio una conferencia para la Sociedad de Escritores de San Martín: “La cultura popular”.
Ha sido jurado en el Primer Certamen de Poesía de la Municipalidad de San Martín (2007).
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PAULINA VINDERMAN




5

Casi siempre llego a los pueblos al atardecer.
Cuando suena alguna campana de iglesia, se vacían
las calles y los pájaros ya alisaron sus plumas de dormir.
Entro como un conquistador furtivo,
sin intento alguno civilizador pero orgulloso de su linaje.
Posada, comida, lavado, zapatero a la vuelta.
El orden del mundo es un esmeril
que me refleja cuando apago el farol
(o la vela o el interruptor).
Recibiré a las sombras como premio,
como una respuesta.


10

La única poesía que ilumina es la que arde
y ningún mar será más extenso que mi imaginación.
Pero los sauces llorones se inclinan demasiado,
(para mi orgullo) ante un sol despótico
y no puedo dejar incendiarse a mi soledad
sin poner en peligro el bosquecito cercano.
Finjo la serenidad que nunca tendré, el reposo
que jamás encontraré.
Y lo hago bien, más que bien: una parodia
esmerada a las puertas del cielo.
Soy un árbol clásico, de los que dibujaba
en mi cuaderno, esos de tronco oscuro, que
no se doblegan fácilmente y no conocen el dolor
de la palabra árbol.

(de “Pisadas sobre vidrio”, primera parte del libro Hospital de Veteranos)



10

Nuestra casa está en ruinas, te dicen
mis ojos sin querer.
Sólo tenemos esta seguridad de la leche caliente
que cruza tu garganta y nos consuela.
Afuera brilla una ciudad que cierra los ojos,
tal vez sufra más sin embargo: por ser plana,
por no tener colinas de aflicción.
Pero espera, pacientemente espera.
Nosotros oscilamos en la neblina de este sueño
desahuciado y ardemos en lo que ya terminó.
Heredé tus huesos y tu testarudez,
pero no tu miedo: ese foso en el cual hemos
nadado como perros sin dueño toda una vida.
–Gracias por la cena– dice tu voz ronquísima
desde el fondo de los tiempos, como un invitado
cortés a su anfitrión,
y sé que te irás pronto, llevándote el foso,
el hermano que no tuve, –el secreto– donde
construí a tientas, a pinceladas de acuarela, mi valor.


(de “Hospital de veteranos”, segunda parte del libro del mismo nombre)

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PAULINA VINDERMAN (Ciudad de Buenos Aires, 1944). Es traductora de inglés y coordinadora de talleres literarios. También es doctora en bioquímica.
Publicó los siguientes libros de poesía: “Los espejos y los puentes” (edición Buenos Aires Sur, 1978), “La otra ciudad” (Botella al Mar,1980), “La mirada de los héroes” (Botella al Mar, 1982), “La Balada de Cordelia” (Fundación Argentina para la Poesía, 1984); “Rojo junio” (Literatura Americana Reunida, 1988); “Escalera de Incendio” (Último Reino, 1994), “Bulgaria” (Libros de Alejandría, 1998) y “Hospital de Veteranos” (2006).
Obtuvo entre otras distinciones:
• Primer Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires (bienio 2002-2003).
• Premio Literario de la Academia Argentina de Letras, género Poesía,
2004-2006 a trayectoria y "Hospital de veteranos".
• Premio Citta' di Cremona 2006 al conjunto de su obra.
• Premio Anillo del Arte a mujeres notables 2006.
• Premio Letras de Oro 2002 a escritor destacado, de la Fundación Honorarte.
• Premios Fondo Nacional de las Artes 2002 y 2005.
• Premio Nacional Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación
(cuatrienio 93-96).
• Tercero y Segundo Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires
(bienios 88-89 y 98-99 respectivamente).

Ha sido incluida en numerosas antologías y traducida parcialmente al inglés, al italiano y al alemán. Sus poemas fueron, además, objeto de estudios y ensayos.
Ha colaborado (con poemas, artículos y reseñas literarias) en publicaciones del país y del exterior: La Nación (Bs. As.), La Prensa (Bs. As.), Clarín (Bs. As.), El Espectador (Bogotá, Colombia), Hora de Poesía (España), Babel (Bs. As.), Babel (Venezuela), Diario de Poesía (Bs. As.), Intramuros (Bs. As.), Hispamérica (Estados Unidos), entre otras.
Colaboró con Nina Anghelidis en la traducción al castellano de "Votos por Odiseo", de la poeta griega Iulita Iliopulo y tradujo al castellano a John Oliver Simon (Berkeley, Estados Unidos).

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miércoles, 7 de enero de 2009

OLGA SÁNCHEZ GUEVARA


I

Tu silueta se mueve en la cocina donde, bajo la mesa, los gorriones se afanan picoteando las migajas del desayuno. En el gran patio al que se abren las puertas de la casa, la ropa está tendida al mediodía quebrado por la sombra de las arecas y la zarza.
El silencio casi puede tocarse, y una lenta nostalgia navega en el cantero de las mariposas. Desde muy cerca llama tu voz para el almuerzo, y todos nos sentamos ahuyentando gorriones.
La eternidad comienza en la cocina donde la tarde cae.


II

Todas las tardes se sentaba en el portal, de blanco, bien peinadas las rubias trenzas, viendo a los otros niños que descalzos y alegres pateaban un balón o perseguían lagartijas. Soñaba ser adulta y escapar de su cárcel sin rejas.
En sus ojos marchitos, la anciana del portal guarda la imagen de una niña que sueña ser adulta y escaparse muy lejos.


VI
VOLKSGARTEN

Desciende y viene a mí: vamos, yo te guiaré. Miro hacia atrás y veo el trono gris vacío, la sombra apenas perceptible de un fantasma, y las rosas.



Olga Elena Sánchez Guevara (La Habana, Cuba). Escritora y traductora. Graduada de Licenciatura en Lengua Alemana por la Universidad de La Habana. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Ha publicado:
Viamontes: el último vuelo
, testimonio, Editorial Ácana, Camagüey, Cuba, 2003, reimpresión en 2004; Cartas de la nostalgia, prosa breve y relato, Ediciones Bayamo, Bayamo, Cuba, 2004; Conversación con ángeles, Editorial Ácana, Camagüey, Cuba, 2005; Ítaca, Fundación Sinsonte, Zamora, España, 2007; Óleo de mujer junto al mar, Ediciones Unión, La Habana, 2007. Ensayos y textos suyos han aparecido en Revista Mexicana de Cultura, Antenas, Revolución y cultura, La letra del escriba y otras publicaciones periódicas, así como en los sitios web cubaliteraria.cu y cubarte.cu; Cartas de la nostalgia y otros dos textos suyos fueron traducidos al alemán e incluidos en la antología de narrativa femenina latinoamericana Mosaik aus dem Innersten, en Salzburgo, Austria.

olgaelena@cubarte.cult.cu


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DANIEL MOURELLE



MANÍAS CONTRA PUDORES

Nunca más. Dijiste. Y me reí fuera del mundo. De tu mundo. Especialmente.
Desde entonces no te miraste más en mi espejo.
Lo pienso y me imagino los cientos que ya lo han pensado antes. Eso de que el espejo guarda una memoria de sus reflejados.
Aunque. Claro. Todo es una cuestión de la luz.
Y no tiendo a confiar en la luz. Está sobrestimada. Como la poesía. Como el amor.


SUPLENCIA DE LOS SENTIDOS

Soy ciego. Incomodo a las personas. No veo lo que todos ven. Y, lo que veo, no puedo explicarlo. Me llevo los objetos por delante. No todos. Algunos. Y, a pesar de los tonos amables, sé que no me lo perdonan. La inocencia provoca estragos.


MI ATARDECER JUNTO A LAS VÍAS

Comencé a escribir cuando llené mi primer cuaderno con una serie numérica. Pero me di cuenta de qué era escribir. Lo que era verdaderamente. Mirando la alambrada de la estación Ezpeleta. Aquellos rombos que simulaban comenzar arriba y abajo. Por la derecha y por la izquierda. Sin que nunca pudiera obtener una certeza de dónde era que empezaban realmente. Así. El fin de la tarde me encontraba. Observando el recorrido de los alambres. Las diferencias de un rombo. Con sus vecinos.


LUCIÉRNAGA

Sudor de la luna. Caza la recompensa. Mi brazo. Roto. Debajo de vos.


DANIEL MOURELLE (Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 1954). Poeta y narrador. Periodista.
Desde 1984 hasta 1992, fue director de “Clepsidra” (primer premio en el Certamen Nacional de Revistas Literarias, organizado por el Fondo Nacional de las Artes en 1988).
Recibió el premio Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (poesía, 1989).
Dirigió la revista “Sr. Neón” desde 1992 hasta 1996.
Fue co-director de la colección de poesía Libros del Empedrado (1990-2003).
Colabora de manera intermitente –aunque no por ello de modo menos intenso– con la revista "Crítica" de la Universidad Autónoma de Puebla (México).
Ha obtenido el Primer Premio en el Primer Certamen Nacional de Cuento de la Municipalidad de General San Martín (2008).

sábado, 3 de enero de 2009

SIXTO CABRERA GONZÁLEZ


ANHELO

A Claudia por ese soplo de vida que inyecta.

En la humedad del vientre,
el canto de los pájaros
sacude el polen de las horas.
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Los pastos crecen apresurándose,
y en la tierra fértil, arada de tus ojos,
crecen mi amor
y las mazorcas de pan
que se desgranan en tus manos.
Se enlazan con piel
de tu memoria a la hora precisa
en que levanto el párpado,
y entretejo mis palabras, gestos como lazos,
nudos como pausadas honduras,
bajo la neblina del alimento
en que deposito lo recaudado, en ti.
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Y los labios repiten conmigo
la dulce sensación de la violeta.
Te quiero. Silenciosamente.
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Recorro veredas de tu cuerpo isla
y detengo las manos alga en la herida,
tu corazón-zarzamora, si fuese como yo,
tangible en sus deseos, sin temores,
incendiaríamos la piedra
para fundar sobre la cuerda, entre matorrales,
la semilla de nuestra casa.
Sin muros
a la intemperie
y dar pelea de lo humilde que tanto
anhelamos, solamente.
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Detengo la herida en los lunares
y entrego en beso, una caricia de agua-miel.
Anhelo conocer pronto
tu manantial verde-agua, que encienda sobre
el césped, el ritual de una vela encendida,
eterna, inminente.
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Un instante
donde renacen los pájaros al bañarse.
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Soy la rama del encino,
que rejuvenece bajo tu mirada.
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NIKNEKI

Pampa Claudia ika yion ijyotl yolilistli tlen nech panoltilia.
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Itech isiauakyo ijtipantli,
intlakuikal totomej
kitsetselouaj xochimeyayotl orajtij.
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Tlaseloyoj moskaltia saniman,
iuan itech tlali kuali sektoka, tlatlaxtli mo ixtololouan,
moskaltia notlasojkayo
iuan sintli de pan
tlen mo oyaj intech momauan.
Motsonuia ika ieuayo
motlalnamik itech imanin moneki
tlen nimo ixko ajkokui,
iuan niknetsalakia no tlajtoluan, ixkototsiui kemi mekatl,
iilpitok kemi yolik uejkatlaniayan,
itlampa tlalpanmixtli tlakual
tlen ompa niktlalia inon oniknetecho, motech.
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Iuan noten oksepa nouan kiojpauiaj
tsopelik mauistik violeta.
Nimitsneki. San ichtakatsin.
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Nikintokatinemi ojpitsauakej itech monakayo anepantlalpan
iuan nikintsakuilia nomauan axiuitl ik kokoltitok,
moyolo-chichiknoj, tla oyetoskiaya kemi nej,
kuali itlanekiayan, amo momajtijtos,
tikxotlaltiskej tetl
pampa sekeualtis ipan mekatl, ijtik xijyoj,
i achyo toaxka kali.
Amo tlatsajtsaktok
kiauak
iuan tiktemoskej tlen satekitl
tiknekij, sanyion.
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Niktsakuilia kokoltitok itech tlajsijmej
iuan niktemaka ipatka tlapipitsol, se tlanajnapalol mexkal-tsopelik.
Nikneki nikixmatis saniman
mo amanal xoxouik-atl , tlen makixotlalti ipan
tlaselotl, i ijtotilis se tlauil tlen xotlatok,
semijkak, saniman panos.
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Niman
kanin oksepa nesij totomej ijkuak mo atemaj.
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Nej ni itlamayo auatl,
tlen mopiltontilia itlampa motlachialis.
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Sixto Cabrera González (Rancho Nuevo, Soledad Atzompa, Veracruz, México, 1974). Poeta nahua-hablante. Traductor.
Ha publicado el poemario Vestigios incipientes. Orizaba, Ediciones de Pasto Verde, Serie Llovizna de Letras, 1996.
Ha colaborado en diferentes revistas y suplementos culturales del país. En 1994, obtuvo un estímulo para La Creatividad Artística y Cultural en el Área de Letras, Vía Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. Actualmente es Becario en la Categoría de Jóvenes Creadores, en el Área de literatura Nahuatl periodo que comprende todo 2009. Formó parte del Taller de Creación Literaria “Parménides García Saldaña” en Orizaba, Veracruz. Actualmente forma parte del movimiento Poetas del Mundo. Es fundador de la Biblioteca Pública Municipal en su pueblo natal, Soledad Atzompa, en la cual se desempeña como bibliotecario.
Tiene en su haber cinco libros inéditos de poetas mexicanos y extranjeros que ha traducido del español al náhuatl, como son Relámpagos que vuelven de Antonio Castañeda, Robo calificado de Lucía Rivadeneyra, Selección de poemas de Tomás Carrillo, Haikus de Mario Isalasaínz y Bellotas de agua del guatemalteco Carlos López. Y otro poemario en proceso de traducción, La primera piel, de la poeta española Teresa Domingo Catalá.